Luis XVIII, hermano de Luis XVI, debe su corona a la Revolución, que decapitó a su hermano y dejó morir a su sobrino. Ostenta el título de conde de Provenza, y destaca por encima de todas sus cualidades su tranquilidad, una proverbial calma que le hacen aparecer sereno aún en los peores momentos. Cuando todos los que le rodean parecen estar a punto de perder los estribos, o rozan la exasperación, Luis XVIII contemporiza hasta llegar a irritar. Su paciencia, y su poco gusto por el movimiento en general, tendrá importantes consecuencias en su vida.
Tras décadas de exilio, vagabundeando por Europa como paria, expulsado de diversas naciones cuando a éstas les convino ponerse del lado de Napoleón, al final Luis sólo encontró un refugio seguro en Inglaterra, siempre dispuesta a animar las discordias fuera.
Cuando Napoleón es condenado definitivamente por su desmesura, Luis XVIII es empleado como estandarte de los ejércitos extranjeros, que por fin logran auparlo al trono. Povenza, Luis XVIII se dispone a gobernar.
Cuando le dieron la noticia de que era rey, Luis XVIII contestó: "¿Es que alguna vez lo he dejado de ser?" Esta sencilla frase, pronunciada con total convicción puede darnos una idea de la mentalidad del personaje. Está totalmente convencido de su sacralidad, de su especial relación entre Dios y los Hombres.
Los duros años de exilio no han enseñado mucho a la nobleza que tuvo la prudencia o la habilidad de fugarse de Francia cuando todavía estuvieron a tiempo. Rodeando al candidato al trono desde el exilio, han madurado durante años sus odios y sus deseos de revancha. No aspiran a otra cosa que al retorno, para poder volver a los tiempos pasados, a recuperar sus privilegios, arrasar toda novedad y vengar todas las vejaciones de las que se consideran objeto. No han comprendido que la Revolución es irreversible, la mentalidad del pueblo y las ciudades no es ya la del Antiguo Régimen. El revulsivo de la Revolución y los duros años de la consolidación napoleónica les han transformado. El estandarte de este partido duro, ultramonárquico, es el hermano menor de Luis, el conde de Artois.
A su regreso Luis XVIII proclama una Carta. Una carta otrogada. Le fuerzan las circunstancias, que con su naturaleza indolente, no quiere enfrentar por completo. Su hermano, más realista que el rey, pone el grito en el cielo ante lo que considera cesiones inadmisibles de su hermano. Luis XVIII, no está agusto con esas concesiones, pero trata de imponer su criterio pragmático dentro de los realistas, sin conseguirlo. Pese a ese intento de conciliación nacional (Luis XVIII tragó hasta con el perdón a los diputados que votaron la muerte de su hermano) parece que no convence a nadie porque se queda corto por los dos extremos. Rechaza la soberanía nacional, recupera la bandera blanca de los Borbones, marginando la tricolor, firma la carta en su decimonoveno año de reinado, como si nada hubiera pasado desde la muerte de su sobrino...
Y aunque parezca un fracaso, a largo plazo, la carta logrará abrir una interpretación favorable a los intereses de los notables, uniéndolos a su régimen medianamente flexible, separándolos de la radicalidad y sirviendo de apoyo al rey.
Pero, ¡ay!, Napoleón escapa de Elba y el gobierno de Luis XVIII da un ejemplo lamentable. Alguien dijo que cuando Napoleón desembarcó sólo contaba con 500 soldados, mientras que los Borbones contaban con todo el aparato del Estado bien asentado, y que sin embargo, el gobierno fue incapaz si siquiera, de derribar un árbol o destruir un puente para retrasar su marcha a París. La realidad es algo distinta. Es cierta la incapacidad de reacción, pero el ejército sigue siendo fieramente fiel a Napoleón, y cuando le ven aparecer, lejos de disparar, desertan y se unen al bando del emperador. En Grenoble, el alcalde realista huye con las llaves de la ciudad, la plebe, arranca las puertas y se las ofrece a Napoleón, "ya que no podían darle las llaves". Aparecen carteles como el siguiente: "Napoleón a Luis XVIII: Mi buen amigo, no es necesario que sigáis enviándome soldados, ya tengo suficientes".
La la nobleza tiene que abandonar París si quiere salvarse, y exiliarse a toda velocidad. Otra vez.Luis XVIII es invitado a permanecer en París y ofrecer una resistencia heroica a Napoleón. Pero Luis no es hombre de acción. Cree además que el sacrificio de su hermano ya deterioró bastante la imagen sagrada de los reyes, y no va a ser él quien haga correr más sangre borbónica, y menos aún la suya. No, mejor me voy yo también.
La imagen es el abandono del rey del palacio de las Tullerías durante la noche, de Gros.
Alcanza la ciudad de Lille, y allí duda entre marchar a Bélgica o a Londres. Muchos de sus fieles se exasperan por su pasividad y despreocupación. En lugar de tomar una decisión, Luis XVIII lamenta la pérdida de sus zapatillas, robadas durante el trayecto con parte de sus ropas. "Un día sabréis -le dice a un pasmado Mcdonald- lo que es perder unas zapatillas que ya se han adaptado a la forma de tu pie". Parece que el rey no marcha muy preocupado, y es que en esta ocasión el exilio no ha sido tan improvisado. Ha mandado anteriormente a su fiel criado Hue con cuatro millones y las joyas de la corona por un valor aproximado de catorce.
Napoleón recupera el poder, pero para su desgracia nadie cree en su conversión en hombre que promete la paz y trabajar únicamente por la prosperidad de Francia. Tampoco quieren creerle ni escucharle. En primer lugar las potencias europeas que le aborrecen, y a continuación los notables de Francia. Napoleón sentirá amargamente como los hombres que necesita le vuelven la espalda. Sabe que no podrá mantenerse sólo con el apoyo de la plebe, y trata de hacer auténticas virguerías para mantener el fervor del ejército, convencer de sus deseos de paz a los extranjeros, calmar a los notables y mostrarse como defensor hasta de los jacobinos y sans-culottes. No lo logrará. La Carta de Luis XVIII aparece ante el trabajo ingente de Napoleón como un escollo insalvable. Los notables le abandonan definitivamente prefieriendo las garantías que les promete un reinado de Luis XVIII: perdón de los excesos revolucionarios, cierta libertad, el mantenimiento de los llamados bienes nacionales: las propiedades de la nobleza y el clero subastadas durante la Revolución y adquiridas por una incipiente burguesía, y sobretodo la paz, que les permita seguir prosperando, porque los últimos años del Imperio de Napoleón, con su bloqueo continental, ha tenido unas consecuencias catastróficas.
Napoleón fracasará y será de nuevo restaurado Luis XVIII. Esta vez, el partido ultramonárquico no se dejará callar. Criticarán al rey su debilidad que permitió la vuelta de Napoleón. Luis XVIII, "con un olor muy suyo", nacido cansado, cada día más obeso, enfermo de gota, sin hijos (su mujer murió antes de la primera restauración, y nunca se llevaron bien. Incluso se habló de alguna relación lésbica de Maria Josefa de Saboya... pero que iba a hacer la pobre... con semejante marido), poco a poco cede en favor de su sucesor, que será su hermano, el conde de Artois, jefe de los untramonárquicos, y que en su momento se llamará Carlos X. Se desata el terror blanco, destinado a satisfacer las venganzas a las que los exiliados aspiraban. Finalmente, el partido ultramonárquico verá sus intentos de interferencia en la vida política totalmente satisfechos con el asesinato del duque de Berry, segundo hijo del conde de Artois, que dará el espaldarazo definitivo a todas sus reclamaciones.
Asi, el intento de conciliación nacional de Luis XVIII terminará en fracaso, aunque hoy la mayoría de historiadores están de acuerdo en alabar su labor, considerando que sus circunstancias personales no le habían orientado hacia la flexibilidad precisamente. Trató de dirigir a Francia por el camino correcto, de unión, paz y cierta libertad, pero desgraciadamente su tarea se vino al suelo por su falta de energía y de carisma.
Tras décadas de exilio, vagabundeando por Europa como paria, expulsado de diversas naciones cuando a éstas les convino ponerse del lado de Napoleón, al final Luis sólo encontró un refugio seguro en Inglaterra, siempre dispuesta a animar las discordias fuera.
Cuando Napoleón es condenado definitivamente por su desmesura, Luis XVIII es empleado como estandarte de los ejércitos extranjeros, que por fin logran auparlo al trono. Povenza, Luis XVIII se dispone a gobernar.
Cuando le dieron la noticia de que era rey, Luis XVIII contestó: "¿Es que alguna vez lo he dejado de ser?" Esta sencilla frase, pronunciada con total convicción puede darnos una idea de la mentalidad del personaje. Está totalmente convencido de su sacralidad, de su especial relación entre Dios y los Hombres.
Los duros años de exilio no han enseñado mucho a la nobleza que tuvo la prudencia o la habilidad de fugarse de Francia cuando todavía estuvieron a tiempo. Rodeando al candidato al trono desde el exilio, han madurado durante años sus odios y sus deseos de revancha. No aspiran a otra cosa que al retorno, para poder volver a los tiempos pasados, a recuperar sus privilegios, arrasar toda novedad y vengar todas las vejaciones de las que se consideran objeto. No han comprendido que la Revolución es irreversible, la mentalidad del pueblo y las ciudades no es ya la del Antiguo Régimen. El revulsivo de la Revolución y los duros años de la consolidación napoleónica les han transformado. El estandarte de este partido duro, ultramonárquico, es el hermano menor de Luis, el conde de Artois.
A su regreso Luis XVIII proclama una Carta. Una carta otrogada. Le fuerzan las circunstancias, que con su naturaleza indolente, no quiere enfrentar por completo. Su hermano, más realista que el rey, pone el grito en el cielo ante lo que considera cesiones inadmisibles de su hermano. Luis XVIII, no está agusto con esas concesiones, pero trata de imponer su criterio pragmático dentro de los realistas, sin conseguirlo. Pese a ese intento de conciliación nacional (Luis XVIII tragó hasta con el perdón a los diputados que votaron la muerte de su hermano) parece que no convence a nadie porque se queda corto por los dos extremos. Rechaza la soberanía nacional, recupera la bandera blanca de los Borbones, marginando la tricolor, firma la carta en su decimonoveno año de reinado, como si nada hubiera pasado desde la muerte de su sobrino...
Y aunque parezca un fracaso, a largo plazo, la carta logrará abrir una interpretación favorable a los intereses de los notables, uniéndolos a su régimen medianamente flexible, separándolos de la radicalidad y sirviendo de apoyo al rey.
Pero, ¡ay!, Napoleón escapa de Elba y el gobierno de Luis XVIII da un ejemplo lamentable. Alguien dijo que cuando Napoleón desembarcó sólo contaba con 500 soldados, mientras que los Borbones contaban con todo el aparato del Estado bien asentado, y que sin embargo, el gobierno fue incapaz si siquiera, de derribar un árbol o destruir un puente para retrasar su marcha a París. La realidad es algo distinta. Es cierta la incapacidad de reacción, pero el ejército sigue siendo fieramente fiel a Napoleón, y cuando le ven aparecer, lejos de disparar, desertan y se unen al bando del emperador. En Grenoble, el alcalde realista huye con las llaves de la ciudad, la plebe, arranca las puertas y se las ofrece a Napoleón, "ya que no podían darle las llaves". Aparecen carteles como el siguiente: "Napoleón a Luis XVIII: Mi buen amigo, no es necesario que sigáis enviándome soldados, ya tengo suficientes".
La la nobleza tiene que abandonar París si quiere salvarse, y exiliarse a toda velocidad. Otra vez.Luis XVIII es invitado a permanecer en París y ofrecer una resistencia heroica a Napoleón. Pero Luis no es hombre de acción. Cree además que el sacrificio de su hermano ya deterioró bastante la imagen sagrada de los reyes, y no va a ser él quien haga correr más sangre borbónica, y menos aún la suya. No, mejor me voy yo también.
La imagen es el abandono del rey del palacio de las Tullerías durante la noche, de Gros.
Alcanza la ciudad de Lille, y allí duda entre marchar a Bélgica o a Londres. Muchos de sus fieles se exasperan por su pasividad y despreocupación. En lugar de tomar una decisión, Luis XVIII lamenta la pérdida de sus zapatillas, robadas durante el trayecto con parte de sus ropas. "Un día sabréis -le dice a un pasmado Mcdonald- lo que es perder unas zapatillas que ya se han adaptado a la forma de tu pie". Parece que el rey no marcha muy preocupado, y es que en esta ocasión el exilio no ha sido tan improvisado. Ha mandado anteriormente a su fiel criado Hue con cuatro millones y las joyas de la corona por un valor aproximado de catorce.
Napoleón recupera el poder, pero para su desgracia nadie cree en su conversión en hombre que promete la paz y trabajar únicamente por la prosperidad de Francia. Tampoco quieren creerle ni escucharle. En primer lugar las potencias europeas que le aborrecen, y a continuación los notables de Francia. Napoleón sentirá amargamente como los hombres que necesita le vuelven la espalda. Sabe que no podrá mantenerse sólo con el apoyo de la plebe, y trata de hacer auténticas virguerías para mantener el fervor del ejército, convencer de sus deseos de paz a los extranjeros, calmar a los notables y mostrarse como defensor hasta de los jacobinos y sans-culottes. No lo logrará. La Carta de Luis XVIII aparece ante el trabajo ingente de Napoleón como un escollo insalvable. Los notables le abandonan definitivamente prefieriendo las garantías que les promete un reinado de Luis XVIII: perdón de los excesos revolucionarios, cierta libertad, el mantenimiento de los llamados bienes nacionales: las propiedades de la nobleza y el clero subastadas durante la Revolución y adquiridas por una incipiente burguesía, y sobretodo la paz, que les permita seguir prosperando, porque los últimos años del Imperio de Napoleón, con su bloqueo continental, ha tenido unas consecuencias catastróficas.
Napoleón fracasará y será de nuevo restaurado Luis XVIII. Esta vez, el partido ultramonárquico no se dejará callar. Criticarán al rey su debilidad que permitió la vuelta de Napoleón. Luis XVIII, "con un olor muy suyo", nacido cansado, cada día más obeso, enfermo de gota, sin hijos (su mujer murió antes de la primera restauración, y nunca se llevaron bien. Incluso se habló de alguna relación lésbica de Maria Josefa de Saboya... pero que iba a hacer la pobre... con semejante marido), poco a poco cede en favor de su sucesor, que será su hermano, el conde de Artois, jefe de los untramonárquicos, y que en su momento se llamará Carlos X. Se desata el terror blanco, destinado a satisfacer las venganzas a las que los exiliados aspiraban. Finalmente, el partido ultramonárquico verá sus intentos de interferencia en la vida política totalmente satisfechos con el asesinato del duque de Berry, segundo hijo del conde de Artois, que dará el espaldarazo definitivo a todas sus reclamaciones.
Asi, el intento de conciliación nacional de Luis XVIII terminará en fracaso, aunque hoy la mayoría de historiadores están de acuerdo en alabar su labor, considerando que sus circunstancias personales no le habían orientado hacia la flexibilidad precisamente. Trató de dirigir a Francia por el camino correcto, de unión, paz y cierta libertad, pero desgraciadamente su tarea se vino al suelo por su falta de energía y de carisma.
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