Justino II, sucesor del famoso emperador Justiniano, dedicó a su propio sucesor un discurso que sorprendió por su sinceridad y clarividencia, más aún teniendo en cuenta que desde hacía tiempo su comportamiento era violento y errático.
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"No te regodees en la sangre, abstente de la venganza, evita aquellas acciones por las cuales he incurrido en el odio público, y aprende de la experiencia mejor que del ejemplo de tu predecesor. Como hombre, he pecado; como pecador, incluso en esta vida, he sido severamente castigado; pero estos servidores (señaló a sus ministros) que han abusado de mi confianza e inflamado mis pasiones, se presentarán conmigo ante el tribunal de Cristo"