martes, 22 de junio de 2010

Máximo Cajal


Así sucedió más tarde, cuando se impuso el pensamiento único transatlántico, el maniqueismo aplicado a las relaciones exteriores de España. Aquella doctrina neoconservadora de importación se tradujo también en un golpe de timón, en la indisimulada animadversión hacia Francia y Alemania, tildadas de países arrogantes y sin escrúpulos que osaron plantar cara a Estados Unidos con ocasión de la guerra de Iraq. Hacia Francia en particular, resabio del pasado franquista, de aquel grito del fascista Ernesto Giménez Caballero asomado al collado de los Belitres, "España, tras dos centurias de agonías, de bofetadas, de renunciaciones, de ofensas y de lágrimas en silencio, acababa de contestar a los descendientes del conde de Harcourt: ¡Señores: hay Pirineos!" Una inversión de la sentencia de Pascal. La Verdad, con José María Aznar, estaba definitivamente de este lado de la montaña.

Sueños y pesadillas. Memorias de un diplomático.
Máximo Cajal.

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