domingo, 30 de agosto de 2009

Marie-Anne Charlotte Corday

Cuesta reconocerla, pero no es difícil. Una mujer, un mapa de Francia, y un muerto en la bañera. Él lleva un puñal en el pecho, y paños en la cabeza.

Sí, es Marat.

Pero me interesa más ella. Se llamaba Charlotte Corday.
Era hija de una familia de provincias, tras la muerte temprana de su madre fue enviada a estudiar al monasterio de Caen. El monasterio fue clausurado cuando ella tenía 19 años por un decreto de los revolucionarios que habían alcanzado el poder. Una tía la acogió en Caen.
Charlotte entró en contacto con las ideas revolucionarias, y simpatizó con los girondinos, más moderados que los jacobinos.
Sin embargo, en París triunfaron los jacobinos y se estableció la tiranía del terror, con persecuciones y ejecuciones numerosísimas alentadas por el ciudadano Marat.

En esa época, ella mantenía contacto con los fugitivos y los proscritos girondinos, y con ellos planeó su viaje a París.

Una vez allí buscó a Marat, pero por sus problemas de salud él no aparecía ya por la Convención. Acudió a su propia casa con la siguiente nota:

Llego de Caen, su amor por la patria me hace suponer que tendrá a bien conocer los desafortunados acontecimientos de esta parte de la República. Me presentaré en su casa dentro de una hora, tenga la bondad de recibirme y de concederme unos momentos para entrevistarnos. Le mostraré la posibilidad de prestar un gran servicio a Francia.

Él no contestó, ella insistió de nuevo:

Le he escrito esta mañana, Marat; ¿ha recibido mi carta? No puedo creerlo, se me niega su puerta. Espero que mañana me conceda una entrevista. Se lo repito, llego de Caen, tengo que revelarles los secretos más importantes para la salud de la República. Además se me persigue por la causa de la libertad. Soy desafortunada, basta que lo sea con tener derecho a su patriotismo.


Como él tampoco contestó, Charlotte se plantó en su casa sin haber sido invitada e intentó colarse dentro. La portera de Marat la detuvo, y ambas discutieron organizando una buena escandalera. Marat lo escuchó desde el piso superior y le dijo a la portera que dejara subir a aquella chica.




Desde siempre me impresionó el cuadro de Marat muerto.

Sólo con verlo me parecía un asesinato vil e injusto.

Marat parecía ser un buen tipo, y además su asesina lo había sorprendido tomando un baño.

Pero Marat no era tan bueno. Como elogio, mejor precisarlo, tras su muerte dijo de él la República:

Como Jesús, Marat amó ardientemente al pueblo y nada más que a él. Como Jesús, Marat odió a los reyes, los nobles, los sacerdotes, los ricos, a los mediocres, y, como Jesús, no dejó de combatir estas pestes de la sociedad.

Según la versión que dio Charlotte en los interrogatorios posteriores, y, como no podía ser menos, antes de que la guillotinaran, en un primer momento ella había delatado los nombres de algunos girondinos para ganarse la confianza de Marat. Éste los apuntó en un papel y exlamó: ¡antes de ocho días ya habrán sido guillotinados!. Eso le dio fuerzas para lanzarse sobre él y hundirle en el pecho el cuchillo, que sacó en el mismo impulso.

Él le dijo en su último suspiro: ¡ay, mi querida amiga!



David lo retrató de forma brillante, con unos objetivos claros, que consiguió conmigo también. Alentar el culto de la memoria de Marat, hacerle figurar como una víctima inocente, como un hombre noble e indefenso, virtuoso, casi heroico.

Desmontemos un poco esa leyenda.

Marat tomaba baños constantemente, pasando el día de la cama a la bañera, porque parecía una erupción cutánea que sólo aliviaba con baños de agua caliente. Fue una de las razones por las que dejó de acudir a la Convención. David nos dibuja a un Marat de aspecto saludable y de piel sana, con un curioso turbante. Ese turbante eran paños bañados en vinagre que también le aliviaban. No vemos por ningún lado en ese cuadro a un hombre enfermo, ni ningún rasgo que pueda provocar desagrado.

El fondo tiene eliminada toda decoración. Sólo un fondo oscuro, casi negro, que nos pretende dar muestras de una pretendida sobriedad y austeridad por parte de Marat. Una falta de interés por las cosas vulgares que lo sitúan en un marco intemporal de dignidad y rectitud. Es un hombre que vive del espíritu, no de elementos superfluos.

Para mejores vistas, David pone un billete en la caja que le sirve de mesa a Marat. Debajo de él una nota que honra a este señor:

Entregué este billete a la madre de cinco hijos cuyo marido ha muerto por defender la patria.

¡Qué buen corazón debió tener Marat!

En la mano tiene la carta en la que se lee:

El 13 de julio de 1793. Marie-Anne Charlotte Corday al ciudadano Marat. Es suficiente que me sienta tan desdichada para tener derecho a vuestra benevolencia.

como referencia a la carta que tenía Charlotte.

Los paños blancos manchados de sangre, que aportan la dignidad de un romano asesinado injustamente, la nobleza de los colores de la madera de la caja y del paño verde, todo conjugado con un rostro sereno, como si perteneciera a un hombre que se ha dejado ir, que ha recibido con serenidad a la muerte pese a haber sido asesinado de forma traidora.

El paño de la izquierda está remendado, y es que había que incidir en la nobleza y la cercanía al pueblo de un hombre como Marat.

Su postura es prácticamente la de un descendimiento, que es lo que pretende evocar sin que nos demos cuenta, para que asociemos los sentimientos de respeto que nos provoca uno, al otro. Su cuerpo está caído, con el brazo hacia el suelo, pero que todavía sostiene la pluma, porque Marat fue un tipo culto y trabajador hasta el final, que escribía en el periódico El amigo del pueblo, que apasionaba a las clases más bajas. Su cabeza, también como la de un Jesús, está ladeada con abandono.
Y en el suelo, ¡ay Charlotte, criminal!, el arma del delito.

Y para concluir, una dedicatoria sentimental: A MARAT, David. Así queda perfilada perfectamente una genial arma de propaganda.

3 comentarios:

Francisco Méndez S. dijo...

Que mundo este los terroristas como héroes y salvadores

Saludos

Ticio dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Isabel Barceló Chico dijo...

Desde el principio de los tiempos, el arte contiene siempre sus dosis de ideología. Besitos.